Hay un momento exacto en el que todos decidimos jugar con el miedo. El corazón late rápido, la música baja, las luces parpadean. Sabemos que algo viene, pero en lugar de huir…sonreímos.
Esa es la magia de Halloween. Una noche donde el miedo no se esconde, se celebra.
Y aunque parezca raro, lo hacemos porque —según la ciencia— el miedo también se siente rico.

🧠 El susto que se disfruta
Un estudio del Recreational Fear Lab (sí, existe un laboratorio dedicado al miedo) descubrió que nuestro cerebro reacciona al terror igual que al placer. Cuando algo nos asusta “de mentiritas”, el cuerpo libera adrenalina y dopamina, una mezcla que te prende como si te subieras a una montaña rusa o escucharas el drop perfecto.
“El miedo controlado nos hace sentir vivos”,
dice Mathias Clasen, director del laboratorio.
Lo clave está en el “controlado”.Sabemos que el payaso no saldrá de la pantalla, que ese ruido viene del subwoofer, no del clóset. Entonces el cerebro no se asusta… se emociona.

👻 Halloween: nuestro ritual moderno
Antes, los celtas encendían fogatas para mantener alejados a los muertos durante Samhain.
Hoy encendemos luces negras y subimos stories con filtros de calaveras, pero la intención es la misma: coquetear con la oscuridad sin tocarla del todo.
Halloween es, en el fondo, una fiesta emocional.
Un juego colectivo para soltar la rutina, para gritar, reír, dejar que algo nos descontrole por un rato.

💀 El miedo que une
Si lo piensas, nadie quiere ver una película de terror solo. Parte del encanto está en saltar, gritar o reírse juntos después del susto. La American Psychological Association dice que sentir miedo en grupo sincroniza los latidos del corazón (literalmente).
Por eso, cuando todos en la fiesta brincan al mismo tiempo con ese track oscuro de REZZ o el beat de Gesaffelstein, pasa algo más que baile: se alinean las emociones.
🔮 El miedo como espejo
Le tenemos miedo a lo desconocido, pero también lo buscamos. Halloween nos recuerda que hay placer en lo incierto, en dejarse llevar, en probar hasta dónde aguantamos el susto.
Y quizá, por eso, cada año volvemos al mismo ritual: poner música, apagar la luz, y mirar a la oscuridad esperando que algo (o alguien) nos sorprenda.
El miedo, bien usado, es una forma de estar vivos.





