Hay meses donde la ciudad respira, y hay meses donde parece que se nos olvidó manejar. Diciembre es ese momento del año donde todo se acelera y la ciudad se vuelve un tablero imposible de descifrar. Las luces, las compras, las cenas, las prisas… todo empuja hacia un mismo punto: las calles. Y aunque suena obvio, detrás del caos hay algo más profundo que simples “aglomeraciones”.

El consumo empieza a mover a todos al mismo tiempo
El primer gran detonante llega con las compras. No es que la gente haga grandes viajes: hace muchos viajes pequeños. Ir por regalos, volver por otro, pasar al súper, regresar por un intercambio, ir por una bolsa de papel que olvidaste…
De repente, miles de personas están haciendo exactamente lo mismo: moviéndose por cosas que no existen en otro momento del año. Las calles no están pensadas para absorber ese volumen de trayectos cortos y seguidos, y ahí empieza el embudo.
La ciudad pierde sus horarios
A diferencia del resto del año, diciembre borra por completo la rutina. Oficinas con jornadas recortadas, escuelas que ya no entran a la misma hora, gente saliendo temprano “porque ya casi es cierre”, reuniones espontáneas y un montón de pendientes que se resolvieron “para mañana”…
Todo eso destruye la única cosa que mantiene estable un sistema vial: la constancia.
Cuando ya no existen horas valle, todo se vuelve hora pico.

Las reuniones revientan la noche
El tráfico de diciembre no solo está en la mañana o la tarde. Por la noche, las posadas, cenas de trabajo, intercambios y compromisos familiares llenan las calles de autos que en un día normal se quedaría guardados.
El transporte público deja de ser opción para mucha gente que prefiere regresar en coche o pedir taxi, y eso agrega más presión a avenidas que no están hechas para operar a tope a esas horas.
Los centros comerciales se vuelven imanes de caos
Las zonas comerciales funcionan como un agujero negro: atraen autos, peatones, camionetas de reparto y personas que buscan estacionamiento como si fuera oxígeno. Incluso si no vas a un centro comercial, el solo hecho de pasar cerca te atrapa en su campo gravitacional.
Las calles alrededor se saturan, las salidas se bloquean y cada pequeño retraso se multiplica por mil.

Estamos cansados y manejamos distinto
El cierre de año pesa. El cerebro trae pendientes, estrés, sueño acumulado y una energía que ya está al límite. Esa mezcla hace que manejemos más lento, frenemos más, cometamos errores o dudemos en maniobras simples.
Un pequeño frenón en diciembre no es un frenón: es una reacción en cadena que detiene a cientos de autos detrás.
El clima frío también juega su parte. Más humedad, más neblina, más precaución… y más retraso.
Entonces… ¿por qué hay tanto tráfico en diciembre?
Porque diciembre mezcla consumo, caos de horarios, reuniones nocturnas, entregas, cansancio, accidentes y un estado colectivo donde todos quieren terminar cosas al mismo tiempo. El tráfico no es solo autos: es la suma de todo un mes que vibra diferente.
Y cada año, aunque lo sepamos, nos vuelve a agarrar por sorpresa.





